El edificio del Colegio de Arquitectos de Cataluña a Tarragona, en el mismo coro del casco antiguo de la ciudad, fue encargado al arquitecto Rafael Moneo Vallés (premio Pritzker 1996).
La arquitectura, las masas del nuevo edificio, nacen, por un lado, de la condición arqueológica del solar y, por otra, de la necesidad de establecer una buena relación con el entorno existente. Todo esto implicaba tanto el respecto a la escala y en las alineaciones como la creación de espacios abiertos que al valoraran al potenciar su carácter público.